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¿La cultura es realmente solo cosa de humanos?

¿Es la cultura solo cosa de humanos? Chimpancés, delfines y hasta macacos demuestran que no somos tan únicos como creemos.
¿La cultura es realmente solo cosa de humanos?
Photo by Vinod K A / Unsplash

You can read the English version here.

Dios:
Hagamos al ser humano a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y que tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, los animales salvajes de la tierra y todo bicho que se arrastra por ella
Génesis 1:26

Pues mira, que le den.

Nos vemos a nosotros mismos como seres complejos y simbólicos, mientras que de los animales asumimos que son bestias movidas solo por instinto, sobre las que tenemos “dominio”. Y con “nosotros” me refiero a quienes hemos mamado la retórica judeocristiana, no a las sociedades de sabiduría que entendían que todo está conectado mucho antes de que los científicos tuvieran que demostrarlo.

Por suerte, cuanto más aprendemos (o más bien desaprendemos), más claro queda que otras especies también tienen sus propios “toques culturales”. Así que… ¿somos de verdad tan especiales, o simplemente los únicos pretenciosos como para debatirlo?


Pero… ¿qué es exactamente “cultura”?

Para empezar, ¿qué entra en la definición?
Si decimos que la cultura es usar símbolos para crear un significado compartido—una especie de club privado de lenguaje para cada especie—entonces sí, los humanos lo petamos. Ningún otro animal parece usar símbolos abstractos o gramática. Pero claro, esa definición es como poner las reglas de un juego para que solo nosotros podamos ganar.

Una definición más amplia sería “aprender conductas de otros miembros de tu grupo”. Y si ponemos ese listón, los humanos no estamos solos en el partido cultural. Muchos animales muestran aprendizaje social—solo que sin los monólogos existenciales.


Estrellas de la cultura animal

Chimpancés: Nuestros primos usan palos para pescar termitas y piedras para cascar nueces, con comunidades distintas mostrando sus propios hábitos de herramientas. Es como la gastronomía local en versión chimpancé: unos tiran por la técnica de pelar corteza, otros son más de ramitas-pesca. Y encima aprenden unos de otros, lo que suena sospechosamente a transmisión cultural—como una persona que descubre otra cultura viviendo dentro de ella.

Delfines y orcas: Los delfines tienen su rollo DIY: en ciertas zonas usan esponjas marinas como “guantes” al cazar para no arañarse. Las orcas, por su parte, desarrollan dialectos vocales propios y estrategias de caza especializadas que se transmiten de generación en generación. No solo viven en el mar, viven en manadas con tradiciones propias.

Macacos: En un caso famoso, una joven macaca llamada Imo descubrió que si lavaba las batatas en el agua para quitar la arena sabían mucho mejor. En poco tiempo, sus colegas y familia la copiaron—y así, el “lavado de batatas” se convirtió en la tendencia cultural más top de la isla. No fue de un día para otro, claro, pero tampoco tenían los presupuestos de marketing de los humanos.

Aves y peces: Algunos pájaros aprenden canciones regionales, y ciertos peces siguen estrategias de otros para encontrar comida. No es la jam session del bar del pueblo, pero demuestra que también aprenden socialmente y lo transmiten.


Tranquilo, sigo pensando que eres especial

Los animales tienen conductas aprendidas y transmitidas socialmente.
Pero aquí es donde brillamos los humanos: lo hacemos más rápido, de forma más amplia, y con un toque único llamado cultura acumulativa.

En nuestras sociedades no se trata solo de copiar, sino de construir sobre cada nueva idea para alcanzar otro nivel—somos reyes y reinas del “efecto bola de nieve cultural”.

Mira el lenguaje: los monos vervet tienen unos pocos gritos para avisar de depredadores, pero no hay “sintaxis”. En cambio, los humanos tenemos lenguas con vocabulario rico, gramática y sintaxis—y todo eso evoluciona y se expande generación tras generación. Sí, los animales tienen dialectos, pero hasta ahora nada se acerca a la complejidad del lenguaje humano.


¿Por qué los humanos estamos obsesionados con imitar a los “guays”?

Otra de nuestras especialidades es el “sesgo de prestigio”. Siempre estamos al acecho y, gracias a la publicidad y Hollywood, bombardeados con gente que tiene lo que queremos: estatus, pasta y sexo. Tendemos a copiar más a quienes poseen eso que al treintañero virgen que sigue viviendo en casa de su madre.

Es una estrategia eficiente: en vez de reinventar la rueda, miramos a “los mejores” y pillamos sus métodos. Ejemplo: un estudio encontró que los niños imitan más a un adulto “prestigioso” que a uno cualquiera.

El problema es que muchos de esos supuestos “mejores”—los famosos multimillonarios—son psicópatas egoístas. En el reino animal, en cambio, vale cualquiera. Los macacos, por ejemplo, no se preocupan si la que lava batatas es la influencer del grupo o la vecina de al lado.


Entonces, ¿somos solo chimpancés con más vocabulario y ego?

Está claro que muchos animales tienen conductas que se expanden mediante aprendizaje social—lo que, en un sentido amplio, es cultura. Pero los humanos lo llevamos más allá con un lenguaje complejo, un aprendizaje cultural rápido y acumulativo, y una fijación con los modelos de alto estatus.

Ese aprendizaje de alta precisión nos ha llevado a la literatura, el arte, la medicina, los rascacielos, el consumo destructivo, la cirugía estética para parecer un filtro de IA, y, cómo no, los debates filosóficos sobre la cultura.

Así que sí, somos únicos. Pero quizá lo somos solo en pensar que nuestra cultura es la única “real”—mientras las tribus de chimpancés y las manadas de delfines viven tranquilamente su propia versión, sin tanta charla pretenciosa ni tanta destrucción ambiental.

Al final, la cultura quizá no vaya de quién lo hace mejor, sino de quién se preocupa lo suficiente como para dejarlo por escrito.


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