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Encontré a Dios (y no fue ni en una iglesia ni flipando con drogas)

Descubre cómo la ciencia y la espiritualidad se cruzan: resonancia Schumann, estados alfa, flujo y neurociencia que explican experiencias místicas sin iglesias ni drogas.
Encontré a Dios (y no fue ni en una iglesia ni flipando con drogas)
Photo by Matt Hardy / Unsplash

Cuando la ciencia se cruza con el misticismo

Resulta que las experiencias espirituales no son propiedad exclusiva de monjes metidos en cuevas, ni de visiones chamánicas a base de peyote en medio del desierto, ni de esas noches sudorosas en un almacén medio derruido unas calles más allá de Main Street, Vancouver.

Dios —o algo que se siente como trascendente, místico, que conecta y que desde luego no tiene nada que ver con un señor blanco con barba sentado en el cielo juzgándonos a todos— llevaba todo este tiempo dentro de mi propio cerebro.

Concretamente, en el estado alfa.

La Resonancia Schumann y el estado alfa

Lisa Miller, en su libro The Awakened Brain, explica cómo los 7,83 Hz —la llamada Resonancia Schumann de la Tierra— encajan a la perfección con las ondas cerebrales alfa humanas: ese estado mental que aparece cuando estamos relajados a fondo, meditando, en modo creativo, jugando a videojuegos, perdiéndonos en una buena charla, practicando un deporte que nos flipa o, sí, también teniendo sexo.

(Ella lo dice con bastante más finura que yo, claro. Y no, no tenemos ese nivel de confianza como para que me cite con mis expresiones).

Lo que sostiene Miller es que no es casualidad, sino prueba de que la conciencia humana está enchufada a algo más grande que cada cabecita individual.

La Resonancia Schumann viene a ser como el latido electromagnético de la Tierra. La descubrió en 1952 el físico Winfried Otto Schumann: se produce en ese espacio entre la superficie del planeta y la ionosfera. Aunque la frecuencia principal es 7,83 Hz, hay armónicos que se extienden y parecen interactuar con sistemas biológicos de formas que los científicos (los que de verdad entienden lo que acabo de soltar) aún están investigando.

Algunos creen que pasar tiempo expuestos a estas frecuencias puede mejorar el rendimiento cognitivo y el bienestar mental. Otros avisan de que las interrupciones —contaminación electromagnética, por ejemplo— podrían contribuir al estrés y a esa sensación de desconexión permanente que todos conocemos demasiado bien.


Estado de flujo: la puerta del cerebro hacia la trascendencia

Aquí es donde entra en escena nuestro colega Steven Kotler.

Kotler, algo así como el padrino (vale, más bien el investigador yanqui de referencia) sobre el estado de flujo, describe cómo el rendimiento humano alcanza su tope máximo cuando el cerebro se mete en una especie de frontera entre theta y alfa. En ese punto se apaga la corteza prefrontal —esa parte encargada de sobrepensar y que está dominada por el ego, la misma que yo a veces desconecto a base de IPAs— y deja vía libre al subconsciente.

En su libro The Rise of Superman, Kotler estudia a atletas extremos: surfistas de olas gigantes, locos que se lanzan en wingsuit y otros profesionales igual de pirados que, dicho sea de paso, saben montar unas fiestas tremendas. Esta gente entra una y otra vez en ese estado alterado en el que el tiempo parece ralentizarse, la conciencia se expande y los movimientos salen solos… aunque, sí, a veces también acaba en tragedia.

El flujo, como lo describe él, es estar completamente presente. Sin pasado, sin futuro. Solo el ahora, colega.

La neurociencia lo respalda. Una investigación publicada en Frontiers in Psychology (2016) muestra que los estados de flujo aparecen cuando dopamina, norepinefrina y endorfinas inundan el cerebro como si fueran un cóctel hollywoodense (con la diferencia de que este no acaba en sobredosis de famosos). Ese tsunami químico baja el volumen de la corteza prefrontal y a cambio dispara la creatividad y el enfoque.

Las resonancias magnéticas revelan además una caída de actividad en la red neuronal por defecto (Default Mode Network, DMN), que es la parte del cerebro obsesionada con hablar de uno mismo. Este silenciamiento temporal del ego puede explicar por qué el flujo se siente como una experiencia espiritual, trascendente… o, dicho con menos poesía, una sensación de estar de puta madre.


La ciencia de las experiencias espirituales

Lisa Miller no se queda ahí. Su investigación va más lejos: defiende que el despertar del cerebro espiritual no es un truco psicológico para sentirnos mejor, sino una ventaja evolutiva en toda regla.

En The Awakened Brain, muestra que la gente con un fuerte sentido de espiritualidad suele tener más resiliencia, menos depresión y más satisfacción vital (o sea, que viven más a gusto).

La evidencia neurocientífica respalda esto: las prácticas espirituales parecen fortalecer tanto la corteza cingulada anterior como la corteza prefrontal, dos áreas del cerebro relacionadas con la regulación emocional y la toma de decisiones.

Un estudio de 2014 publicado en JAMA Psychiatry, dirigido por Miller y su equipo, encontró que las personas que declaraban una espiritualidad fuerte tenían regiones corticales más gruesas, sobre todo en las zonas vinculadas al procesamiento emocional y la autoconciencia.

(No, esto no significa que los fundamentalistas religiosos sean “corticalmente gruesos”. Significa que cultivar la espiritualidad —sea a través de meditación, oración, conexión profunda con la naturaleza o cualquiera de los ejemplos que ya he mencionado— cambia físicamente el cerebro de formas que favorecen la salud mental).


¿Estamos programados para la trascendencia?

Aquí es donde el cerebro espiritual de Miller y el cerebro de alto rendimiento de Kotler se cruzan en mi cabeza. Llámalo misticismo o neurobiología, trascendencia o química pura y dura: algo pasa cuando entramos en la zona.

Ondas alfa, estado de flujo, alineación espiritual… llámalo como quieras, pero parece que estamos diseñados para sintonizar con algo más grande que nosotros mismos.

Así que la próxima vez que te pierdas en una conversación de las que de verdad importan, te metas en tu videojuego favorito, salgas a correr por el monte o simplemente disfrutes de un momento de calma absoluta, recuerda: puede que estés rozando lo divino.

No hace falta iglesia. Ni drogas. Ni gurúes iluminados. Solo estar presente.

Porque, al final, la espiritualidad no va de huir de la realidad, sino de sumergirse de lleno en ella.



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Libros:

  • Miller, L. (2021). The Awakened Brain: The New Science of Spirituality and Our Quest for an Inspired Life. Random House.
  • Kotler, S. (2014). The Rise of Superman: Decoding the Science of Ultimate Human Performance. New Harvest.
  • Newberg, A. (2018). Neurotheology: How Science Can Enlighten Us About Spirituality. Columbia University Press.

Estudios:

  • Newberg, A., et al. (2001). “The Measurement of Regional Cerebral Blood Flow During the Complex Cognitive Task of Meditation: A Preliminary SPECT Study.” Psychiatry Research: Neuroimaging, 106(2), 113-122.
  • Miller, L., et al. (2014). “Neural Correlates of Spirituality in Depression.” JAMA Psychiatry, 71(2), 128-134.
  • Ulrich, R. S., et al. (1991). “Stress Recovery During Exposure to Natural and Urban Environments.” Journal of Environmental Psychology, 11(3), 201-230.
  • Csikszentmihalyi, M. (1990). Flow: The Psychology of Optimal Experience. Harper & Row.
  • Dietrich, A. (2003). “Functional Neuroanatomy of Altered States of Consciousness: The Transient Hypofrontality Hypothesis.” Consciousness and Cognition, 12(2), 231-256.
  • Van der Linden, D., et al. (2019). “Alpha Power at Rest as a Predictor of Creativity and Creative Fluency.” Cognitive Processing, 20(4), 485-496.
  • Kuo, M., et al. (2019). “The Impact of Time Spent in Natural Environments on Attention and Mood: A Meta-Analysis.” Cognitive Research: Principles and Implications, 4(43), 1-16.